lunes, 21 de mayo de 2007

MUJER, SEXUALIDAD Y MAL EN LA FILOSOFIA CONTEMPORANEA1

Alicia H. Puleo
Cátedra de Estudios de Género
Universidad de Valladolid

Género, sexualidad y poder mantienen estrechas y a menudo oscuras
relaciones. Un ejemplo de ello es la contraposición, en los medios
intelectuales y periodísticos franceses, de una caricatura de la feminista
anglosajona "puritana y represora", y de una francesa "liberada" que conoce
las artes de la seducción heterosexual. Estas imágenes son utilizadas como
armas retóricas contra las reivindicaciones de igualdad de las mujeres2.

Conviene observar, asimismo, la proliferación de la mujer fatal en los
anuncios publicitarios de Occidente. Se trata de una renovación de esta
vieja imagen, ahora cibernética y adolescente. Ser perversa es la nueva
propuesta del patriarcado a las jóvenes rebeldes3. Parece, pues,
pertinente, volver a examinar las conceptualizaciones de mujer, sexualidad y
mal.

En una defensa de las mujeres ya muy lejana, el filósofo renacentista
Agrippa Von Nettesheim acumuló argumentos frente a la maligna Eva siempre
recordada por los tratados misóginos de su época: las mujeres son más
castas y más benevolentes, los crímenes y las guerras suelen ser propios de
los varones, etc 4. Su interés no fue únicamente teórico. Mago y astrólogo
de los príncipes europeos del siglo XV, salvó de la hoguera inquisitorial a
una campesina acusada de brujería. Dos siglos y medio más tarde, apagados
ya los fuegos del Santo Oficio, todavía habría tenido, sin embargo, que
continuar batallando contra una nueva identificación de Mujer y Mal. A
finales del siglo XIX, la misoginia recupera su máxima virulencia pero,
esta vez, su discurso ya no es religioso. En una sociedad crecientemente
secularizada, la ciencia asume el relevo y presta su apoyo al prejuicio
sexista. Se produce una vez más, entonces, lo que ya denunciara el
cartesiano Poulain de la Barre en el siglo XVII: "Lo que confirma al vulgo
en las ideas que tiene sobre las mujeres es que se ve apoyado por la
convicción de los sabios. (...) Al ver que los Poetas, los Oradores, los
Historiadores y los Filósofos declaran también que las mujeres son
inferiores a los hombres, menos nobles y menos perfectas, (la gente común)
se persuade aún más (de ello) porque ignora que su saber consiste en el
mismo prejuicio que el suyo, sólo que más amplio y distinguido"5.

En las últimas décadas del siglo XIX y a principios del XX, el arte y
la literatura multiplican las representaciones de la perversidad de la
Mujer. Una sexualidad femenina amenazante se insinúa en la pintura, la
escultura, la novela y la poesía. Las flores del mal baudelaireanas se
abren y proliferan en la cultura de la época. Las Ménades y Salomé pueblan
la fantasía de los artistas, los intelectuales y su público. La Mujer es
representada una y mil veces como fuerza ciega de la Naturaleza, realidad
seductora pero indiferenciada, ninfa insaciable, virgen equívoca,
prostituta que vampiriza a los hombres, belleza reptiliana, primitiva y
fatal. Hoy, con el predominio de la pintura no figurativa este fenómeno
pervive en la publicidad y en producciones cinematográficas, a menudo
destinadas al consumo de masas.

¿A qué se debe esta asombrosa proliferación de representaciones de la
amenazante sexualidad femenina?

Distintas respuestas han sido dadas a este interrogante. Bram
Dijkstra, en un documentado estudio sobre el arte de fin de siglo6, se
muestra convencido de que se trató de una "guerra contra la mujer", guerra
suscitada por la imposibilidad de que ésta se plegara completamente al
ideal de "angel del hogar" de la primera mitad del XIX. Además de
constituir una fuente de excitación y placer masculinos, estas imágenes
serían un aviso de los peligros que, supuestamente, amenazan al varón
decimonónico occidental: "razas inferiores", "clases inferiores" y mujeres
son percibidas como naturaleza primitiva capaz de destruir la civilización.
La particular aplicación de la teoría de la evolución al análisis de
fenómenos tales como el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado
_darwinismo social_ conduce a esta amalgama en la que el oprimido adquiere
perfiles bestiales y demoníacos. Sexismo, clasismo y racismo coinciden en
la adjudicación de los mismos rasgos al individuo sometido: animalidad y
sensualidad portadoras del caos.

Para Dijkstra, se trata de un claro mecanismo de dominación que posee
dos funciones: justifica la discriminación y explotación practicadas sobre
ciertos grupos y canaliza sobre fáciles chivos expiatorios la ansiedad y
frustración generadas por las transformaciones capitalistas. La misoginia y
el odio al judío estarán, así, estrechamente unidos en este período que
anuncia el genocidio posterior.

Existe otra interpretación del curioso fenómeno finisecular de
representación obsesiva de un inquietante erotismo femenino. Diego Romero
de Solís se inclina por considerar que se trataría del descubrimiento
fascinado de la sexualidad femenina, unido al ancestral temor que el hombre
siente por la Mujer, miedo producido por la estrecha relación de la mujer
con los procesos de la vida y la muerte. La Mujer emerge como secreto
largamente ocultado, como fuerza dionisíaca deseada y temida al mismo
tiempo. De esta forma, "la sexualidad de la mujer irrumpe en el final de
siglo como un proyecto de liberación" 7, y "ahora, en nuestro propio final
de siglo, se proclama su triunfo y la promesa de un futuro esencialmente
femenino, con una nueva transformación de los valores, con una nueva
utopía". La proliferación de imágenes de la sexualidad femenina amenazante
marcaría el comienzo del fin de una larga historia de represión del placer
sexual y, en especial del goce femenino.

Si la hipótesis de B. Dijkstra se enmarca en los análisis feministas
iniciados por Kate Millet con su Política sexual8 de 1970, la de D. Romero de
Solís puede ser relacionada con las teorías de Jung, con algunas
manifestaciones surrealistas y con la crítica a la Modernidad realizada por
la Escuela de Frankfurt. Se perciben filiaciones junguianas en la
afirmación de que el miedo a la mujer latente en el inconsciente colectivo
masculino generaría la política sexista. En cuanto al surrealismo,
recordemos que André Breton anunciaba en Arcano 17 el fin del dominio
masculino y el advenimiento de una sociedad futura encarnada, por el
momento, en la Femme-enfant y sus poderes intuitivos, en el cuerpo sensual
que vence al destructor y corrupto racionalismo de la Modernidad.
Finalmente, observemos, en lo que se refiere a la filiación frankfurtiana,
que en su célebre Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno
denunciaban el proceso histórico de represión de la Naturaleza interna y
externa masculina llevada a cabo por la razón occidental junto con la
opresión de las mujeres.

Intentaré aportar algunas breves consideraciones que me inclinan a no
compartir la visión optimista de D. Romero de Solís. Lo haré, no ya desde
la estética y la Historia del Arte, sino desde el estudio de la
conceptualización de la mujer y la sexualidad en algunos filósofos
contemporáneos que trataron especialmente el tema.

Caracterización ontológica de la sexualidad como el Mal


¿Curiosamente?, la sexualidad no ha sido un tema excesivamente
transitado por la Filosofía. En la Antigüedad, podemos citar El Banquete de
Platón. Pero, como señala Michel Foucault en Historia de la sexualidad9, para
los griegos, la sexualidad era sólo un aspecto entre otros muchos de la
vida del hombre. Los tratados de Dietética incluían entre sus consejos para
una vida sana y equilibrada los referidos a la práctica de los afrodisia
(actos que procuran el placer sexual). Hasta la llegada del cristianismo,
la noción de pecado es ajena al erotismo. Sólo se recomendaba la mesura
(sophrosune), tal como se hacía con los placeres de la buena mesa. El deseo
sexual no era aún la "verdad del sujeto".

Con la filosofía contemporánea, la sexualidad es elevada a fundamento
ontológico. Los diálogos porno-filosófico-políticos del tocador sadiano son
el primer signo inequívoco de esta transformación total en la valoración
del deseo erótico10. La crisis del optimismo racionalista se halla ligada a
este ascenso de la sexualidad en las preocupaciones filosóficas. La razón
desespera en su búsqueda de un sentido trascendente. El hombre se descubre
abandonado en un mundo caótico, sometido a las leyes de la Naturaleza y
albergando en el interior de su propio ser un núcleo irreductible de
Naturaleza.

Con el pesimismo de Schopenhauer y de su discípulo Edward Von
Hartmann, la sexualidad se transforma en revelación de la Voluntad de Vivir
o Uno-Inconsciente. La esencia de la realidad, generalmente oculta tras la
apariencia nouménica o velo de Maya, es una fuerza ciega _Voluntad_. Esta
energía constituye la sustancia de todo cuanto existe. Es la esencia del
Universo y la descubrimos a través de la introspección. Se manifiesta en
toda su salvaje obstinación en el acto sexual. Dado que la vida es
concebida como una tragedia (el final es siempre la muerte y el dolor y el
hastío predominan sobre los breves momentos de placer), el acto sexual es
una traición de los amantes al hijo que vendrá. Implica la continuidad de
la cadena de la vida, es decir, del dolor. Puesto que la Vida es el Mal, la
sexualidad es el Mal que impide el final del sufrimiento. En el suplemento
a El Mundo como Voluntad y representación, titulado "Metafísica de la
sexualidad", Schopenhauer afirma que las mujeres son la trampa que la
especie pone al individuo para reproducirse. Sin menoscabo del gran valor
del conjunto de la filosofía schopenhaueriana, puede decirse que la
popularidad que adquirió su obra se debió, en una parte no desdeñable, a su
conceptualización de la mujer y la sexualidad. Tras la joven seductora se
esconde una madre que, inconscientemente, contribuirá a la cadena del dolor
con nuevas víctimas. El acto ético será, pues, el ascetismo.

A idéntica conclusión llega, a principios del siglo XX, Otto
Weininger en su obra Sexo y carácter (1902). Las mujeres son la sexualidad
misma y deben, como el abyecto y femenino judío, desaparecer. Por ellas
existe el falo, es decir, el deseo masculino que precipita a los hombres al
abismo de la animalidad. Judío él mismo, y coherente con sus teorías _rasgo
meritorio y muy difícil de encontrar_, Weininger se suicidó pocos meses
después de la publicación de este libro tan admirado por la intelectualidad
europea y americana (en Austria se han hecho más de cincuenta ediciones).

Pero no siempre la identificación de sexualidad y Mal conduce a la
propuesta de un ascetismo liberador. Uno de los teóricos del erotismo más
reconocidos, Georges Bataille, parte, justamente, de una aceptación de la
sexualidad como Mal para _en clave nietzscheana_ proponer una "transgresión
soberana" como superación de los límites de la sociedad burguesa. Es
imposible resumir en estas pocas líneas la complejidad del pensamiento de
Bataille sobre este tema11. Simplemente, me interesa destacar aquí que,
recuperando las tesis del marqués de Sade, Bataille plantea la necesidad de
asumir el Mal para recuperar la vivencia de la soberanía, experiencia
perdida en un mundo de razón instrumental capitalista e igualdad
democrática ante la ley. El erotismo sado-masoquista constituye, de esta
manera, un sustituto ritual del impulso ontológico de negación del Otro, es
decir, del crimen prohibido por la sociedad. El acto sexual es asimilado a
la violación, a la negación de los límites que configuran la identidad del
objeto de deseo. El Mal es, entonces, liberador, y otorga al hombre la
animalidad sagrada o rango de "naturaleza transfigurada", que no es simple
inmediatez natural sino asunción consciente de la energía instintiva
reprimida por las normas culturales. Dado que, por lo general, el respeto
de los derechos individuales impide la utilización de las personas como
medios, es necesario que exista un grupo especial hacia el que pueda
canalizarse el deseo destructivo. Este grupo es el de las prostitutas,
objeto paradigmático del deseo masculino que permite que el varón acceda a
la experiencia de la liberación con respecto a las miserias cotidianas del
mundo de la necesidad. La prostituta es el objeto del erotismo. Su cuerpo
semi-desnudo evoca tanto el horror de la Naturaleza viscosa en donde se
gesta la vida y la muerte como, en las pocas prendas que la cubren, el
vestigio de la civilización y de sus prohibiciones transgredidas. El objeto
de deseo del erotismo es esta naturaleza "maldita".

La sexualidad como Naturaleza buena

Si los herederos de Hobbes enfatizaban la negatividad del deseo
erótico, los de Rousseau insistirán en su bondad. Wilhem Reich puede ser
considerado el máximo exponente de esta conceptualización de la
sexualidad. La ruptura de Reich con Freud se consumó cuando este último
llegó al convencimiento de la existencia de una pulsión de agresión. Para
Reich, sadismo y masoquismo son fruto de deformaciones libidinales
inducidas por la sociedad. El plano profundo de la estructura psíquica
esconde la sociabilidad y sexualidad naturales así como la capacidad de
placer y amor. El inconsciente freudiano (agresividad, sadismo, perversión,
etc.) sólo es un plano medio producido por la represión. La potencia
liberadora del orgasmo es, según Reich, capaz de disolver la
superestructura caracterológica de autodominio y sociabilidad artificial
que funciona como máscara encubridora de la agresividad. La liberación
sexual conduce a la revolución política. En 1951, Reich supera
definitivamente el campo psicológico y terapéutico para lanzarse a la
especulación metafísica: afirma haber descubierto "la materia primordial"
constitutiva de la totalidad de los entes. Es la energía sexual u "orgón".
En una teoría que deja entrever cierto parentesco con el idealismo alemán,
sostiene que esta energía cósmica tomó poco a poco conciencia de sí,
perdiendo su espontaneidad emocional y sepultando las fuerzas biológicas
libres del matriarcado originario bajo la estructura caracterológica
represora patriarcal.

Influido por Reich y en la línea del agudo análisis de la dialéctica
de la Ilustración de Adorno y Horkheimer, Marcuse ve en las mujeres a las
representantes de Eros, al nuevo sujeto revolucionario, esperanza de la
humanidad. En una conferencia pronunciada en 1974, en plena efervescencia
de la segunda ola del feminismo, el filósofo previene a las mujeres sobre
las influencias nefastas del abandono de las cualidades femeninas y la
adopción acrítica de la razón instrumental propia del patriarcado. La
Mujer, vinculada históricamente a la Naturaleza, es la única capaz de
reconciliar al Hombre con ésta, en un mundo vaciado de sentido. Por ello,
el colectivo femenino debe mantenerse deliberadamente alejado del poder. En
su particular versión de la teoría hegeliana del progreso de la humanidad,
el patriarcado y la represión de la sexualidad son el necesario momento de
la negación previo a un futuro de sublimación no represiva y abolición del
sometimiento de las mujeres. Como para el padre del surrealismo, el futuro
será femenino y permitirá "el retorno de lo reprimido".

Mediadoras hacia el Bien y hacia el Mal

Vemos, pues, que la proliferación de inquietantes imágenes de la
sexualidad femenina desde finales del siglo XIX tiene un correlato en el
incremento del interés filosófico por el tema.
No considero que la línea tanática de interpretación de la sexualidad
esconda un impulso liberador o sea producto de un temor ancestral hacia los
estratos en que la Vida muestra su complicidad con la muerte. La sexualidad
amenazante femenina de las representaciones artísticas y de las teorías
filosóficas surge como reacción a las primeras reivindicaciones feministas.
Pero éstas son peticiones de igualdad político-social y no una explosión
dionisíaca de los instintos. No es una casualidad si, junto con la
aparición del paradigma de igualdad de las democracias modernas, se
popularizan las teorías de los médicos-filósofos sobre la completa
dependencia del cerebro femenino a las exigencias reproductivas. La misión
de madre excluirá de la ciudadanía y del acceso a los estudios superiores.
Estas teorías, originadas a mediados del siglo XVIII, en plena Ilustración,
desarrolladas durante el XIX y continuadas en la doctrina de la envidia del
pene freudiana, tenían una función claramente discriminatoria. Las teorías
de la inferioridad femenina de Schopenhauer no se deben, como a veces suele
suponerse, a que el pobre filósofo no conocía mujeres inteligentes y
cultas. Muy por el contrario, un mínimo conocimiento de su biografía nos
muestra que constituyen el rechazo a la figura de la ilustrada, figura
encarnada por su propia madre, escritora de renombre que presidía un salón
literario al que asistía el mismo Goethe12. Las extremas manifestaciones de
misoginia de O. Weininger coinciden con un momento cúspide del sufragismo,
movimiento que este autor consideró promovido por individuos intersexuales,
mujeres viriles que, con su iniciativa masculina, arrastraban al activismo
a otras mujeres normales. Una lograda plasmación literaria de esta
explicación biologicista del sufragismo es la novela Las bostonianas de Henry
James. La prostituta como Naturaleza maldita imprescindible para el
sentimiento de soberanía masculino es el contramodelo de la mujer que, en
el siglo XX, comienza a acceder a profesiones y empleos, y con ello, según
Bataille, pierde la sensualidad, masculinizándose.

Si, según una interpretación de corte psicoanalítico, el miedo a la
mujer genera la política sexista, por el contrario, desde una lectura
vinculada a las teorías de la colonización, es la política sexista la que
genera el miedo al oprimido. El indígena, la Mujer, el animal son
demonizados para que su dominación aparezca como legítima. La peligrosidad
del oprimido justifica, así, el control y/o la eliminación. Este proceso o
se produce a nivel consciente sino que constituye el fondo de convicciones
de una sociedad colonialista, sexista o exageradamente antropocéntrica.
Las peculiaridades del Otro, naturales (menstruación interpretada
como impureza, por ejemplo) o construidas en el proceso de dominación
(hipocresía y superficialidad de las mujeres, etc.) son ontologizadas y
convertidas en pruebas de la inferioridad y peligrosidad del sometido. La
perversa mujer insaciable es una creación masculina que justifica la
opresión y el control. Recordemos, como caso paradigmático, que las
amputaciones sexuales rituales (excisión e infibulación) que sufren, según
datos de la OMS, más de cien millones de mujeres en el mundo, son
justificadas por el carácter lascivo e inagotable de la sexualidad femenina
natural.

La segunda figura de la Otredad femenina o sexualidad natural
positivamente connotada no contiene la misoginia de la primera. Podría, más
bien, ser la continuación contemporánea del discurso de la excelencia de
las mujeres del bienintencionado Agrippa de Nettesheim. Las teorías que la
sustentan contienen interesantes análisis de la constitución de la
masculinidad como razón instrumental y están animadas por ese soplo de
solidaridad transformadora que les ha valido la adhesión de un cierto
número de pensadoras feministas. Sin embargo, en su exaltación del retorno
de lo reprimido, también vincula a las mujeres con una naturaleza pulsional
primitiva, aunque, esta vez, se preconice su recuperación y se ensalcen sus
virtudes. Como señala Cèlia Amorós13 , en la búsqueda de un nuevo sujeto
revolucionario, se apela, así, a un realismo de los universales. Las
mujeres en toda su variedad de individuos son transformadas en la Mujer con
cualidades esenciales redentoras. Una de las características de la
constitución del Otro en tanto lo Otro de lo Uno _sujeto que enuncia_ es,
justamente, negarle la individualidad.

Así, resulta interesante observar que en las diferentes teorías
examinadas existe una constante reificación de las cualidades atribuídas a
las mujeres. Predomina la identificación de la mujer con la Naturaleza y la
sexualidad, en unos casos condenada, en otros ensalzada. Mujer y sexualidad
son concebidas como mediación hacia la servidumbre o hacia la libertad del
individuo. Esto no debe asombrarnos. La función mediadora de la figura
femenina es muy antigua y durante muchos siglos se articuló en el lenguaje
religioso. Eva, causante de la Caída, representaba la sensualidad seductora
inspirada por la serpiente. María, su contrapartida, era venerada como la
mediadora por excelencia entre la vida terrena y el Dios que aseguraba la
salvación eterna.

Finalmente, desearía hacer una última consideración sobre la
multiplicación de representaciones artísticas y discursos científicos y
filosóficos sobre la sexualidad femenina desde finales del XIX hasta
nuestros días. Si bien es cierto que la revolución sexual ha significado el
reconocimiento del derecho al placer para las mujeres, también, desde la
teoría feminista se ha subrayado el carácter androcéntrico de los nuevos
credos, usos y costumbres. Si Foucault denunciaba el "dispositivo de
sexualidad" de la Modernidad como construcción-control-incitación social de
las identidades sexuales, esta sospecha adquiere aún mucho más fundamento
cuando examinamos el caso del colectivo femenino14 . El sensual (en
ocasiones, pornográfico) modelo femenino post-revolución sexual es también
_como lo era el puritano angel del hogar_ una proyección del deseo
masculino. El discurso filosófico y científico, el arte y, a nivel popular,
los medios de comunicación de masas establecen y normalizan este nuevo
modelo en lo que puede ser considerado una nueva forma de configuración y
control patriarcales del cuerpo y la sexualidad femeninos15.

Esta constatación no significa que debamos rechazar las conquistas de
la revolución sexual y abominar de ella. Implica, simplemente, un
distanciamiento crítico prudente con respecto a una identidad, una imagen y
una sexualidad que ni han sido creadas por las propias mujeres en su praxis
liberadora ni tampoco, a mi juicio, anuncian el fin del patriarcado.


1. Una primera versión de este artículo fue publicada en Daimon. Revista de
Filosofía de la Universidad de Murcia nº14, enero-julio 1997.
2. Ver Joan Scott, "La querelle de las mujeres a finales del siglo XX", en
New Left Review, ed. Akal, Madrid, 2000, pp.97-116.
3. En su último libro, Germaine Greer hace esta misma observación con
respecto a las adolescentes británicas (La mujer completa, ed. Kairós,
Barcelona, 2000, pp.475-490).
4. Von Nettesheim, Agrippa, De l'excellence et de la supériorité de la femme,
Paris, Chez Louis, Libraire, 1801.
5. Poulain de la Barre, Sobre la igualdad de los sexos, en Puleo, Alicia H.,
Figuras del Otro en la Ilustración francesa. Diderot y otros autores, Madrid,
Escuela Libre Editorial, Fundación Once, 1996, pp.149-150.
6. Idolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, trad.
Vicente Campos González, Madrid, Ed. Debate, 1994.
7. Romero de Solís, Diego, "El miedo a la mujer (arte, sexualidad y fin de
siglo)", Daimon. Revista de Filosofía nº14, enero-junio 1997, Universidad de
Murcia, pp.155-166
8. Obra emblemática de lectura siempre imprescindible reeditada por la
colección Feminismos de editorial Cátedra.
9. L'usage des plaisirs y Le souci de soi, vol. II y III de Histoire de la
sexualité, Paris, Gallimard, 1984. Hay traducción castellana en Siglo XXI.
10. Para un agudo análisis del pensamiento sadiano, ver Luisa Posada
1
Kubissa, "Un Gran Reserva francés contra el vino de mesa" rousseauniano" en
el libro de la misma autora titulado Sexo y Esencia. De esencialismos
encubiertos y esencialismos heredados: desde un feminismo nominalista (ed. horas y
Horas, Madrid, 1998).
11. Para un tratamiento crítico extenso de la teoría del erotismo de
Bataille y de la conceptualización de la sexualidad en otros autores, ver
Puleo, Alicia H., Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la Filosofía
contemporánea, Madrid, Cátedra, 1994.
12. Puleo, A.H., Cómo leer a Schopenhauer, Madrid-Gijón, Júcar, 1991.
13. Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1985, p.316.
Ver, de la misma autora, "Presentación (que intenta ser un esbozo del
status questionis)" en Celia Amorós (ed.), Feminismo y Filosofía, ed.
Síntesis, Madrid, 2000.
14. La crítica a la revolución sexual surgió tempranamente en las filas del
feminismo radical. Para una visión actual poco complaciente con la
pornografía y la objetificación sexual, ver MacKinnon, Catharine A., Hacia
una teoría feminista del Estado, trad. Eugenia Martín, Madrid, Cátedra, 1995,
pp.221-273. Ver también Sheyla Jeffreys, La herejía lesbiana. Una perspectiva
feminista de la revolución sexual lesbiana, trad. Heide Braun, Madrid, Cátedra,
1996.
15. Sobre la manipulación consciente y expresa de los guiones y las
imágenes femeninas en la producción cinematográfica y publicitaria
americana de los ochenta, con vistas a crear un modelo que sirviera de
freno a las reivindicaciones feministas de la década anterior, ver Faludi,
Susan, Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, Anagrama, 1993.
Con respecto a los estereotipos en el arte contemporáneo y la necesidad de
enseñar a descifrarlos como parte de una educación no sexista, ver Alario,
MªTeresa, "La imagen: un espejo distorsionador", en Alario Trigueros, Mª
Teresa, García Colmenares, Carmen (coord.), Persona, género y educación, ed.
Amarú, Salamanca, 1997, pp.87-112.

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