Bajado de http://www.letra.org/spip/article.php?id_article=436
por Gabriel Cocimano
El cuerpo del sujeto contemporáneo se ha convertido en mercancía y, como tal, ha quedado sometido a la lógica del mercado. El valor de la imagen corporal se ha ido acentuando al amparo del modelo visual generado por las tecnologías de la imagen. Este prototipo de belleza hegemónico es el signo del individuo en la sociedad occidental, el cuerpo de la ingeniería genética y de la cirugía estética. Afín a la vertiginosidad de los cambios, no es casual en la posmodernidad la imposición del artificio en materia estética: la cirugía es el procedimiento más veloz para alcanzar la metamorfosis corporal. Pero el canon de belleza física está más cerca del mutante de laboratorio: exceso, desmesura, trazos gruesos, estos rasgos agitan en el imaginario social el instinto irrefrenable del deseo insatisfecho. El cuerpo se ha liberado de las cadenas del alma, pero ha perdido la batalla a manos del mercado.
En la sociedad de consumo actual asistimos a una nueva lógica que plantea una doble inversión: mientras los objetos se humanizan -y, en muchos casos, se divinizan- el individuo contemporáneo deviene mercancía. Su cuerpo, desacralizado y desidealizado, ha adquirido un nuevo valor en el imperativo social: se ha convertido en una cosa más, en un utensilio, un objeto sometido a las propias leyes del mercado. Y, como tal, está en condiciones de ser vendido, explotado, manipulado, derrochado, remodelado o refaccionado, de acuerdo a las pautas que regulan los deseos y los dictados de la cultura.
El sujeto contemporáneo ha exiliado su instinto para quedar en manos de un deseo que lo conduce, lo orienta y lo organiza. Pero ese deseo carece de autonomía, está de alguna manera impulsado y condicionado por la lógica del mercado, que impone sus propios parámetros y criterios de valor.
Ese mercado ha instalado en la sociedad occidental estándares de consumo, que rigen y movilizan los deseos circulantes. El mercado unifica -dice Beatriz Sarlo- selecciona y, además, produce la ilusión de la diferencia a través de los sentidos extramercantiles que toman los objetos que se obtienen por el intercambio mercantil. Por lo tanto, las identidades han estallado. “Dicen que EE.UU es un país donde todos usan la misma ropa, comen en los mismos restaurantes y manejan las mismas camionetas (...) La mentalidad de ‘hagamos todos lo mismo’ llegó a niveles alarmantes (...) El ‘look de línea de montaje’ terminó alterando la noción de identidad personal” [1].
En estas sociedades opulentas, el consumo es liberador. Se trata de una vana ilusión, pero bien vale para reemplazar la trascendencia perdida. “Cuando ni la religión, ni las ideologías, ni la política, ni los viejos lazos de comunidad pueden ofrecer una base de identificación ni un fundamento suficiente a los valores, allí está el mercado, que nos proporciona algo para reemplazar a los dioses desaparecidos” [2].
El cuerpo, en las sociedades occidentales, es el signo del individuo, el lugar de su distinción, de su diferencia. Pero si las identidades se han disuelto, ha sido porque ese cuerpo se ha convertido en mercancía, para quedar sometido a la lógica del mercado. Es el cuerpo de la ingeniería genética y de la cirugía estética. “Lugar privilegiado del bienestar (la forma), del buen parecer (el body-building, cosméticos, productos dietéticos), pasión por el esfuerzo (maratón, jogging, windsurf) o por el riesgo (andinismo, etc.). La preocupación por el cuerpo es un inductor incansable de imaginario y de prácticas” [3], todas ellas orientadas por la lógica mercantil. Antaño, ese cuerpo estaba asociado más a los valores comportamentales, era concebido como un medio y no como un fin, y servía para enfatizar la belleza espiritual, por lo tanto, era una realidad relativamente irrelevante, coyuntural, estática. Como canon estético, la iconografía cristiana ha presentado tradicionalmente a los espíritus buenos como bellos, y a los malos como feos. En ese sentido, las civilizaciones con religiones iconoclastas (como la musulmana) han conferido menos importancia a la imagen corporal, por lo que hoy presentan menos disfunciones relacionadas con el culto al cuerpo que las de tradiciones cristianas. Pero fue en el siglo XX y con el desarrollo de los medios que la publicidad comenzó a democratizar la belleza corporal, como antes había hecho la religión con la belleza moral o espiritual. La belleza física comenzó a presentarse no ya como un medio, sino como uno de los fines de la realización personal [4].
Una de las paradojas de nuestra época es la idea de la liberación del cuerpo: alejado del imperativo moral, ha sido despojado de las cadenas del alma, el orden y la armonía que rigieron los cánones de la antigüedad. Pero esa liberación ha resultado ser una entelequia impulsada por las fuerzas del mercado, cuya lógica considera al cuerpo un valor signo en el que poder “invertir narcisísticamente”, como afirma Baudrillard. “Somos libres -sostiene Beatriz Sarlo- Cada vez seremos más libres para diseñar nuestro cuerpo: hoy la cirugía, mañana la genética, vuelven o volverán reales todos los sueños (...) Somos libremente soñados por las tapas de las revistas, los afiches, la publicidad, la moda. La cultura nos sueña como un cosido de retazos”. Si existe un cuerpo liberado que encuadra en aquella lógica es el cuerpo ideal, el cuerpo joven y hermoso, sin ningún problema físico. Ese cuerpo ideal, el que no sufre, no siente, no envejece ni muere es, en definitiva, el artificialmente natural: aquel en el que se invierte. Para eso, se ha creado la necesidad de purificar, aseptizar, estirar, decolorar, vale decir, culturizar el organismo en estado bruto. La lógica del mercado, en definitiva, obliga a construir un organismo adulterado, descafeinado y desnatado o, como decía Paul Virilio, un telecuerpo que permita no ser, sino aparecer más guapos [5].
En los últimos años, miles de mujeres japonesas se han operado los ojos para parecerse a las occidentales, prueba de la pérdida de la identidad a manos de la conversión del individuo en objeto, sometido a leyes mercantilistas. Deseo, liberación, ilusión: no puede hablarse de libertad cuando se le permite a uno hacer lo que desea, pero se le lleva a desear lo que interesa que desee [6]. En ese sentido, sólo habrá liberación del cuerpo cuando haya desaparecido la preocupación por él [7]. Lo cual parece una utopía en una sociedad en la que sólo lo que se observa lleva implícito algún grado de relevancia.
El triunfo de Barbie
Los juicios estéticos -como también los éticos- tienen más que ver con lo cultural que con la objetivación material: así, por ejemplo, el sentido de la belleza se construye a través de hábitos y experiencias sociales en un determinado tiempo histórico. A lo largo de los siglos, han habido múltiples concepciones del atractivo, la belleza y la perfección personal. Pero en la era visual, el deseo y la necesidad de perfección física y la ética de la estética han alcanzado su punto más acabado. Si la imagen hoy ha multiplicado su valor, el cuerpo -sostiene Vicente Verdú [8]- aparece como la única forma de transacción con los otros y la vía de identificación con nosotros mismos. El alma -como símbolo de la belleza del espíritu- ha cedido paso al valor vinculado a la imagen corporal, una nueva y eficaz herramienta para hallar la perfección personal y existencial. Este valor se ha ido gestando y acentuando al amparo del modelo visual generado por las tecnologías de la imagen, desde la fotografía y el cine hasta la televisión e Internet. Estos medios han forjado los cánones estéticos, los patrones de belleza corporales contemporáneos: ellos cimientan y divulgan las fórmulas y los métodos, sostienen y profetizan el credo de las apariencias.
Consumo cosmético compulsivo, obsesión por las dietas, adicción a las cirugías. La lógica del mercado apunta al corazón de la sociedad narcisista y su mundo de sueños e ilusiones. Cualquier recurso es válido para intentan siquiera alcanzar el prototipo de belleza hegemónico que impone el mercado a través de los medios de comunicación. La sociedad no ignora que ese canon que se propone como paradigma de hermosura es “el resultado de múltiples manipulaciones cosmético-quirúrgicas, pero aún así el mercado de las apariencias obliga a admirar la imagen reconstruida de una belleza estandarizada, eternamente joven e imposible. Una belleza que no existiría sin la mediación del bisturí [9]. Para esto, el mercado ofrece todo tipo de objetos que alteran el propio cuerpo: sustancias sintéticas, prótesis, soportes artificiales, todo mediante intervenciones que lo modifican según los avatares de la ingeniería corporal o de un design de mercado cuyas pautas cambian década tras década [10].
Las intervenciones quirúrgicas para reconstruir la fisonomía datan de la antigüedad, y el desarrollo de la cirugía reparadora se había iniciado en ocasión de los grandes conflictos bélicos, a causa de la mutilación de soldados y civiles. Pero es hacia mediados de los años ’80 cuando crece la demanda de intervenciones cosméticas, en primer lugar, por el incremento de confianza de la opinión pública en la cirugía general, a partir del éxito en los trasplantes de órganos. Pero fundamentalmente porque, a través de los medios, se ha exagerado la inocuidad de la cirugía, llegando incluso a frivolizarla, en detrimento de su finalidad terapéutica. Incluso ha sido asimilada socialmente al glamour y al dinero. Tener una liposucción, una rinoplastia o una foto depilación se vende en la televisión y en las revistas, como en la revolución industrial se vendía tener una litografía, o en la edad media tener un retrato: es un signo de clase [11].
En las sociedades más desarrolladas -el paradigma es EUA- la cirugía cosmética ya no es terreno exclusivo de los ricos: hoy es más accesible en términos económicos, y hasta hay bancos que ofrecen paquetes de créditos para quienes quieran mejorar su look. El mercado abre cada vez más sus puertas a los sueños de una sociedad condicionada y obsesionada por la belleza. Más aun, tal como afirma Beatriz Sarlo, ese mercado propone una ficción consoladora: la vejez puede ser diferida y, en un futuro, a través de la genética, vencida para siempre. En esas sociedades opulentas, la cirugía estética parece estar relacionada con la tendencia a favorecer la juventud por sobre la experiencia, lo inmediato por sobre el pasado. En resumidas cuentas, se trata de resolver la contradicción que implica tener experiencia y juventud, pero a través del recurso a la artificialidad. La juventud es el único valor estable en el sistema de las apariencias desde los años ’60 hasta hoy. Nadie escapa al imperativo de intentar parecer más jóvenes, de vestir como los jóvenes, de ralentizar el tiempo. La promoción de la juventud ha logrado imponerse como un rasgo permanente de la civilización occidental [12].
Si los parámetros de belleza han sido impersonalizados, adquiriendo un status de objetividad, existe una renuncia deliberada al cuerpo propio, imperfecto y diferente, para subordinarlo a la lógica de la no diferenciación, “aunque el costo sea morir un poco para volver a renacer de la mano de las tecnologías que promueven la clonación de las apariencias y la producción de estereotipos” [13].
En la era posmoderna, tan afín a la vertiginosidad de los cambios, no es casual la imposición del artificio en materia estética: la cirugía cosmética constituye el procedimiento más veloz y eficaz para lograr la metamorfosis del cuerpo de acuerdo a la pauta hegemónica de belleza. Asistimos a la era proteica, artificial, a los tiempos del devenir de los nuevos mutantes, fabricados en serie en la profilaxis de los quirófanos, a través de una estética clínica que acerca a la máquina y aleja al cuerpo bastardo y perenne. Después de la cirugía y la genética, el artificio se volverá, paradójica y definitivamente, natural.
El canon de belleza inducido está muy cerca del mutante de laboratorio. Por supuesto que los hombres y mujeres siempre quisieron parecerse a sus estrellas de cine o de TV favoritas, pero “hay algo escalofriante en cómo los pacientes ven hoy a Pamela Anderson, una consumidora obvia de cirugía estética, como un paradigma de belleza” [14]. Pómulos levantados, ceja altas, senos grandes y labios carnosos; músculos y caras perfectas: puro cuerpo, centímetros perfectos en el lugar exacto. El triunfo de la superficie constituye el lugar del artificio y la apariencia, que no libera ni resuelve conflictos existenciales y sí los oculta y los simula. Paradoja de la época: la imagen de perfección, que no es más que un artefacto soñado de seducción, no hace más que postergar la realización existencial de los seres en la sociedad occidental, la plenitud física artificial vacía de contenido al individuo, lo aísla en su interioridad. Acaso pase de ser un cuerpo perfecto frente a la soledad de su propia contemplación en el espejo, la imagen narcisista contemporánea en estado puro. Como bien apunta Lourdes Ventura, “resulta una triste paradoja que las formas irreales/ideales de la muñeca Barbie sean las que llevan cuarenta años impresas en el inconsciente de varias generaciones de mujeres (...) Si la Barbie fuera humana ostentaría unas medidas imposibles: 100-45-80, no tendría la menstruación a causa de su delgadez y padecería trastornos psicofísicos de todo tipo. La obsesión por unos patrones estéticos artificiales no hace más que recordarnos que la muñeca Barbie ha triunfado sobre la realidad” [15].
La estética de la desmesura
Es precisamente la artificialidad de Barbie la que ha impreso el canon estético de la posmodernidad: esa irrealidad del prototipo de belleza es uno de los elementos más característicos de la seducción contemporánea. Paradójicamente, el mutante de laboratorio aparece como una metáfora del desprecio por el cuerpo y la desensualización de los sentidos propias de la actualidad.
Pechos, labios, músculos, glúteos, mentones, cinturas: todo debe ser alterado en forma excesiva, ilógica e irreal. Tal parece ser el imperativo estético en la sociedad del espectáculo: rasgos desmesurados, prominentes, que contengan cierta dosis alucinatoria, de anormalidad. De trazos gruesos, lejos de la antigua armonía estética, estos rasgos parecen constituir el catalizador para excitar tanto el deseo femenino como el masculino. Volumen, tamaño, cantidad: toda la obsesión puesta al servicio de hacer olvidar la trascendencia perdida, el dilema existencial irresuelto, la libertad condicionada. Los rasgos excesivos, las mutaciones exacerbadas y desmesuradas semejan la estética del porno star: trazos desmedidos que, aunque repulsivos para algunos, parecen agitar en el imaginario social el instinto irrefrenable del deseo insatisfecho.
Así, la belleza, modificado su ideal armónico y trascendente, se ha convertido en espejismo, en simulación. Una modelo, trasfigurada por las cámaras, constituye la efigie perfecta de la seductora de la que habla Baudrillard: “Sin cuerpo propio, se vuelve apariencia pura, construcción artificial donde se adhiere el deseo del otro” [16].
La conversión del cuerpo en mercancía ha tenido su correlato en ciertos temas y soportes seleccionados por el arte de las últimas décadas: uno de los casos más extremos es el llamado body art, un género nacido en los años ’60 y centrado en realizaciones artísticas que privilegian acciones revulsivas como mutilaciones, heridas, lesiones, marcas e incisiones corporales. Heredera de esta tradición, la artista francesa Orlan esculpió, a principios de los ’90, su propio rostro mediante cirugía estética en una provocativa cruzada por convertirse en “la obra maestra absoluta” (con lo que actuaba y denunciaba al mismo tiempo las complejas relaciones entre arte y técnica, apariencia y realidad, naturaleza y artificio) en operaciones filmadas. Su idea fue transformar el propio rostro de la artista en un collage de rasgos clásicos: a partir de detalles digitalizados de obras famosas, los cirujanos trasladaron al rostro de Orlan la frente de la Gioconda, los ojos de la Psique de Gèrome, la nariz de una Diana de la escuela de Fontainebleau, la boca de la Europa de Boucher y el mentón de la Venus de Botticelli [17].
Pero, alejado de cualquier discusión de arte -por más polémica que ésta sea- y más cerca de las pautas del mercado, la televisión del siglo XXI, a través del formato de reality-shows, editó una nueva y extrema forma de contribuir al imperio del artificio en la sociedad del espectáculo: la cirugía estética a través de la pantalla. Promovidos por las cadenas de televisión estadounidenses -conocedoras de la fiebre de sus ciudadanos por el quirófano- este tipo de programas “ponen en la pantalla chica el sueño de muchas personas: transformarse en bello está al alcance de todos. La televisión pretende convertir la fantasía en una realidad. Así como proliferaron programas en los que decoradores te cambiaban tu casa en pocos minutos, ahora abundan los programas sobre el cambio de tu imagen. El éxito de audiencia está asegurado” [18].
Las razones de tanta atracción son comprensibles y, a la vez, inquietantes. Tener una cara de tapa de revista, un cuerpo de pasarela, una apariencia digna de pantalla televisiva parece haberse convertido no sólo en una pretensión del imaginario, sino también en un derecho realizable del cuerpo. El sapo feo transformado en príncipe gracias al bisturí. Ahora también el quirófano televisivo puede hacer realidad la fábula [19].
Los protagonistas de estos programas comparten un nivel de autoestima muy bajo, y se alimentan de la creencia errónea de que sólo pueden aumentarlo mediante una transformación radical de su cuerpo. La traducción más inmediata es la escalada de enfermedades como la anorexia y la bulimia, y muchos otros trastornos como la depresión y la inseguridad. Vencer la insatisfacción, los complejos y los traumas para acercarse al molde, al parámetro, a la medida social.
Infinidad de cirujanos plásticos circulan por los medios, atendiendo los pedidos de pacientes y participantes, aconsejando cautela y discreción pero, a la vez, promocionando sus servicios y difundiendo nuevos procedimientos a partir del surgimiento de nuevas tecnologías. Una mega-publicidad, cuyos grandiosos efectos fascinan por sí mismos. “Una completa transformación puede ser muy peligrosa no sólo física sino emocionalmente, ya que muchas veces las personas aspiran a algo que nosotros no podemos hacer”, sentencian algunos [20]. Otros aseguran que “cada vez más, los cambios drásticos de apariencia son la excepción”, que se están “apartando de las cirugías agresivas” para dar paso a “procedimientos más veloces y menos caros e intrusivos”, y que “la nueva máxima de estos días parece ser la necesidad de operar varias veces y cuanto antes”, ya que la gente no quiere esperar [21]. Si algunos profesionales de la estética han apostado a la prudencia y a minimizar el impacto obsesivo del paciente, otros en cambio contribuyeron a frivolizar los usos del bisturí, apelando a los mismos argumentos y estrategias del mercado.
El cuerpo en tanto mercancía predispone al sujeto a enfatizar la rentabilidad de la belleza y la imagen como capital social: se es la imagen del cuerpo que se posee. Y la adaptación al patrón estético socialmente deseado es un atributo esencial para la venta de la persona [22]. Hay que parecer a cualquier costo, producirse para obtener mayor valor de cambio. Es la regla de oro del mercado, el credo de las apariencias. Una tiranía que ha provocado y provoca actitudes propias de una sociedad desestructurada e ilógica, y promueve la mutilación, el sufrimiento y la autoflagelación en aras de la aceptación social. Sin dudas, otra batalla perdida a manos del mercado.
Fuentes:
Alex KUCZYNSKI, En los realities shows de cirugías estéticas, todos quieren parecerse a Brad Pitt, en “The New York Times”, traducción para “Clarín” de Claudia Martínez (Buenos Aires, “Clarín”, 4/05/2004)
Beatriz SARLO, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.
David LE BRETON, Antropología del cuerpo y modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 1995; en Marta LOPEZ GIL, Zonas Filosóficas, Buenos Aires, Biblos, 2000.
Marta MARTIN LLAGUNO, La tiranía de la apariencia en la sociedad de las representaciones, en Revista Latina de Comunicación Social, Nº 50, Mayo 2002, La Laguna (Tenerife)
Francisco REY ALAMILLO, El poder manipulador de la publicidad, en www.solidaridad.net 3/12/2003
Vicente VERDÚ, El cuerpo, Opinión, “El País”, 30/12/2000; en Marta MARTIN LLAGUNO, ob.cit.-
Lourdes VENTURA, El mercado de las apariencias, en www.el-mundo.es/elmundolibro 16/04/2000
Enrique VALIENTE, La religión de las apariencias, en “Clarín”, Buenos Aires, 13/05/2001.
Flavia COSTA y Ana M. BATTISTOZZI, Los polémicos límites del arte, en “Revista de Cultura Ñ”, Nº 9, Buenos Aires, Clarín Ediciones, 29/11/2003.
De patito feo a cisne: furor en todo el mundo por ‘reality shows’ sobre cirugías plásticas, en “El Tiempo”, Colombia, 20/04/2004. http://eltiempo.terra.com.co
Alexandra RETICO, Cambia, todo cambia, en “La Repubblica”, especial para “Clarín”, Buenos Aires, 22/05/2003. Traducción de Cristina Sardoy.
Notas:
[1] Alex KUCZYNSKI, En los realities shows de cirugías estéticas, todos quieren parecerse a Brad Pitt, en “The New York Times”, traducción para “Clarín” de Claudia Martínez (Buenos Aires, “Clarín”, 4/05/2004)
[2] Beatriz SARLO, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.
[3] David LE BRETON, Antropología del cuerpo y modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 1995; en Marta LOPEZ GIL, Zonas Filosóficas, Buenos Aires, Biblos, 2000.
[4] Marta MARTIN LLAGUNO, La tiranía de la apariencia en la sociedad de las representaciones, en Revista Latina de Comunicación Social, Nº 50, Mayo 2002, La Laguna (Tenerife)
[5] Ibíd..
[6] Francisco REY ALAMILLO, El poder manipulador de la publicidad, en www.solidaridad.net 3/12/2003
[7] David LE BRETON, ob.cit.-
[8] Vicente VERDU, El cuerpo, Opinión, “El País”, 30/12/2000; en Marta MARTIN LLAGUNO, ob.cit.-
[9] Lourdes VENTURA, El mercado de las apariencias, en www.el-mundo.es/elmundolibro 16/04/2000.
[10] Beatriz SARLO, ob.cit.-
[11] Marta MARTIN LLAGUNO, ob.cit.-
[12] Lourdes VENTURA, ob.cit.-
[13] Enrique VALIENTE, La religión de las apariencias, en “Clarín”, Buenos Aires, 13/05/2001.
[14] Alex KUCZYNSKI, ob.cit.-
[15] Lourdes VENTURA, ob.cit.-
[16] en Ibíd..-
[17] Flavia COSTA y Ana M. BATTISTOZZI, Los polémicos límites del arte, en “Revista de Cultura Ñ”, Nº 9, Buenos Aires, Clarín Ediciones, 29/11/2003.
[18] De patito feo a cisne: furor en todo el mundo por ‘reality shows’ sobre cirugías plásticas, en “El Tiempo”, Colombia, 20/04/2004. http://eltiempo.terra.com.co [19] Alexandra RETICO, Cambia, todo cambia, en “La Repubblica”, especial para “Clarín”, Buenos Aires, 22/05/2003. Traducción de Cristina Sardoy.
[20] De patito feo a cisne: furor en todo el mundo por ‘reality shows’ sobre cirugías plásticas, ob.cit.-
[21] James GORMAN, Cirugías estéticas: menos corte y más relleno, en “The New Cork Times”, especial para “Clarín”, Buenos Aires, 12/05/2004. Traducción de Silvia Simonetti.
[22] Marta MARTIN LLAGUNO, ob.cit.-
Sobre el autor
GABRIEL COCIMANO nació en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1961. Licenciado en Periodismo (Universidad Nacional de Lomas de Zamora), ensayista e investigador en áreas culturales, ha publicado numerosos artículos en medios gráficos nacionales e internacionales (Todo es Historia, Sumario, Gaceta de Antropología de España, entre otros) y expuesto algunas teorías en eventos educativos (VI Congreso Latinoamericano de Folklore del Mercosur). Productor de radio, participó en espacios independientes (Radio Cultura FM 97.9 y FM 95.5 Patricios) abordando diversas temáticas: arte, salud, música ciudadana y espectáculos. En abril de 2003 publicó "El Fin del Secreto. Ensayos sobre la privacidad contemporánea" (Editorial Dunken).
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3 comentarios:
Entiendo tu punto de vista pero con muchas operaciones y aumento de pecho en mi caso consigues encontrarte mejor contigo misma y más feliz y eso, no tiene precio
He disfrutado mucho del artículo, me va a venir de maravilla para un futuro a nosotros que nos dedicamos a la cirugia estetica, un saludo!
Ajaja , me gusta mucho el titulo
https://clinicacirugiaesteticamadrid.com/liposuccion-madrid/
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